Gabinete botánico

Xochipilli El universo florido mexica


María del Pilar Cuairán Chavarría
Bertina Olmedo Vera
Aurora Montúfar López


En todas las culturas la naturaleza forma parte esencial de la cosmovisión, los valores y los imaginarios de sus hombres y mujeres por ser la expresión del universo mismo, el origen de la vida y su permanencia. En su vastedad inabarcable, la flor es una de las entidades predilectas por razones muy diversas, a veces contradictorias y a veces incomprensibles. Pero la valoración de la flor como uno de los elementos centrales en la cosmovisión, en la representación artística, en la religiosidad, en el intercambio social, en el vestido, en el lenguaje, en la vida misma, perdura intacta desde la antigüedad hasta nuestros días.

Para esta tercera Exposición temporal de la serie Una pieza, una cultura, en la que se presenta a Xochipilli, el Señor de las flores, como obra maestra y portavoz de la cultura mexica, se volvió imperativo abordar a la flor como ente natural y simbólico en un afán de comprender el sentido y los mensajes de las flores labradas en la escultura de Xochipilli desde la cultura que las creó. Al mismo tiempo, el afán se convirtió en búsqueda para tratar de desentrañar algunas nociones esenciales de la compleja cosmovisión mexica en toda la diversidad y polivalencia que alberga a través de estas flores de piedra, sus trazos y sus gestos, su belleza y su ambigüedad, su naturalismo y su misterio.

Una forma de traer al presente el conocimiento y las ideas que entrañan Xochipilli y sus flores es renovar el esfuerzo de adentrarse en cada una de ellas para proponer una identificación actualizada de estas flores en la naturaleza, ese entorno vivo, inmediato y conocido que enmarca nuestra vida y que ha atestiguado el paso de tantas historias y culturas.

Es un camino difícil que, en el fondo, es también sencillo. Y es que en ocasiones resulta imposible y en otras arbitrario pretender una correspondencia irrebatible entre lo que está plasmado en piedra como expresión de los cánones estéticos de una época dada, más de 500 años atrás, y lo que se manifiesta en la naturaleza hoy. Pero ese camino se hace un poco más claro si acudimos a la observación, la comparación, la contextualización y la profundización en las fuentes, la naturaleza y la cosmovisión misma.

Sin embargo, el corolario de esta propuesta de lectura "naturalista" de las flores en Xochipilli, que ha de seguirse investigando y renovando sin cesar desde diversos ángulos, como debe suceder con todo el estudio del patrimonio cultural de la antigüedad, no es lo que resulta más revelador. Es el camino en sí mismo para llegar a esa propuesta lo que esclarece, porque invita a una lectura de todas las dimensiones de lo humano como entidad esencial del universo cultural que dio vida a Xochipilli, este crisol en que se plasman todas aquellas ideas que, labradas en piedra por manos chalcas, se traducen en unos cuantos trazos de atributos botánicos. La escultura, así, nos propone una y otra vez realizar una observación humanista que integre todos los valores de aquella sociedad que hoy conocemos como "los antiguos mexicanos".

Sólo así se entiende la fragancia de las flores como alimento; o el incienso hecho de ellas como baño purificador, al tiempo que arma defensora de las cosechas; su estructura morfológica como instrumento sensual, o bien como mapa del universo; el color de sus pétalos como signo del sacrificio; o su centro como el corazón mismo del hombre.

Visitar y re-visitar estas ideas siempre conlleva un hallazgo, y es así como la lectura de los signos se vuelve inagotable. Pero el camino a ellas había de ser preciso, y aunque no siempre lineal, en todos los casos tuvo los mismos ingredientes.

La observación se llevó a cabo en la naturaleza, en las flores sobre Xochipilli, en tantas otras flores recreadas en el universo estético de la época. Esta observación derivó naturalmente en la comparación para construir un entramado de referencias. Estas referencias, a su vez, aportaron una contextualización, tanto iconográfica como histórica, que se sustentó necesariamente en varias fuentes para comprender el sentido natural, medicinal, ornamental, simbólico, ritual y divino de cada uno de los elementos vegetales de la escultura.

El vasto universo de fuentes existentes hubo de acotarse a las siguientes: la relación de fray Bernardino de Sahagún,1 como antropólogo pionero de estas tierras, definida y contrastada por la experiencia y el saber de sus informantes, voces invaluables que dejan entrever su sistema de creencias y el de sus ancestros en los gestos de su lenguaje;2 la relación de fray Diego Durán en los casos en que aportó una visión o un matiz adicional al de Sahagún; el tratado de medicina de Martín de la Cruz y Juan Badiano como testimonio pictográfico y escrito de la presencia de tantas flores en el sofisticado ejercicio de la medicina indígena; la relatoría de Francisco Hernández, tan científica como intuitiva y propia de su época, como aquel primer gran compilador del universo natural de la Nueva España, con las reservas de lo que su visión europea reinterpretaba del conocimiento indígena; algunas menciones de Alvarado Tezozómoc que dan una coloratura especial al traer a cuenta varios sucesos que contextualizan la presencia de nuestras flores; por último, diversos códices, como el Tudela, el Magliabechiano, el Mendoza o el Borbónico y las mismas piezas arqueológicas donde se ven representadas las flores, no sólo como referencias iconográficas, sino como fuentes en sí mismas que nos hablan de contextos, símbolos y muchos signos más.

Este camino llevó efectivamente a materializar y sustentar una propuesta actual de identificación de los elementos botánicos de Xochipilli en la naturaleza; al tiempo que puso de manifiesto que resulta un tanto estrecho limitarse a los pocos ejemplares que pueden señalarse, con más o menos seguridad en cada caso, para lograr comprender tanto a la escultura y a los atributos del dios que representa como a la cultura que le dio origen. En la piedra encontramos trazos contundentes, otros naturalistas, unos más arquetípicos y algunos casi tímidos; ninguno vano, pero tampoco de interpretación definitiva.

Y es justamente en esta ambigüedad donde se aloja la riqueza artística y simbólica de esta escultura. Su semántica apela al significado de la flor en sus aspectos más universales para la cultura náhuatl, más que a las particularidades de algunas especies. Xochipilli, esa obra maestra de la región fértil y chinampera al sureste de la Cuenca de México, siendo el Señor de todas las flores, evoca los valores más trascendentes de la flor como ente simbólico de altísima relevancia.

En el fondo, los rasgos en la diversidad de la representación sugieren la variedad de las flores y de la naturaleza misma. Y estos rasgos, si bien no pueden corresponder indiscutiblemente a una especie botánica o a otra, están inspirados y tomados de la naturaleza. Sería impensable que la expresión y la representación artística estuvieran escindidas de los elementos específicos de la vida cotidiana y ritual. El contexto historiográfico, las fuentes y toda la representación artística en su conjunto refuerzan la presencia permanente de la flor en la cultura mexica y profundizan sobre el significado y usos de algunas variedades específicas y predilectas.

Por ello en esta propuesta se ofrece un abanico un tanto más amplio que lo que pueden sugerir las pocas especies plasmadas en Xochipilli; un conjunto de flores significativas, simbólicamente robustas, emblemáticas y predilectas de los antiguos mexicanos para pintar un retrato de su universo florido más representativo.

A esta propuesta habrán de sumarse más y más flores con el paso del tiempo y el creciente estudio e interés en ellas. Una revisión futura más ambiciosa tendría que incluir, por ejemplo, a la cacahuaxóchitl, "flor de cacao", y a la izquixóchitl, "flor de maíz tostado", binomio de flores tan reiterado en la poesía y retórica náhuatl y, cada una en lo particular, metáforas poderosas de universos complejos propios.

Esta idea es así un inicio y una invitación. Es una lectura abierta que busca entender a los mexicas desde sus flores pues, entre mil y una maravillas, su cultura creó un espacio social de alto rango llamado "oficiales de las flores", y construyó un conjunto de mitos en donde las flores habrían de morir y regenerarse en el Mictlan, lugar de la muerte, para volverse fragantes y exquisitas. Se trata de un punto de partida sumamente enriquecedor y un punto de llegada lleno de color y de luz.


[1]Cada vez que se menciona a Sahagún en los textos subsecuentes sobre las flores, se hace referencia a él como autor y como compilador, por lo que se incluyen en dicha mención los textos en náhuatl de autoría de sus informantes.

[2]En la recopilación de menciones de cada flor en el Códice Florentino se aclara cuando éstas aparecen en el texto náhuatl de los informantes de Sahagún. De no aclararse, es que se encuentran en la versión en castellano.